Afrodita había perdido toda su
belleza, estaba sucia, desaliñada, pero, aunque su tez parecía de color verdoso
y su cabellera llevara tiempo sin ser peinada, no había perdido su fuerza.
Protestaba sin descanso, insultando y escupiendo a su carcelera, aunque Atenea
la tratara con desdén.
Era tal su estado que Atenea, a
su lado, resultaba incluso más atractiva –algo impensable tiempo atrás-.
Altiva, sintiéndose fuerte, despreciaba a su antigua rival, ignorándola durante
días, incluso meses.
Pero Atenea nunca conseguiría la
dulzura que su presa había tenido, las artes que habían hecho que viviera en
tan bellos lugares, con tanto amor. La vida de Atenea era intensa, sí, pero
fría, sin risas. Era admirada por su valor, por su sabiduría, por su saber
estar al lado de los que la necesitaban. Pero sabía perfectamente que si abría
la puerta a Afrodita, ésta volvería a ser el centro de atención y, sería más
ostensible, y ya nadie, repito, nadie, la tendría en consideración, no se
recordaría a la áspera y distante Atenea.
Un día Afrodita decidió cambiar
de táctica, no podía ser que quien la mantenía secuestrada en aquella mazmorra
hubiera perdido todo atisbo de humanidad. Conocía de su gran corazón para
nobles causas, ¿por qué no podía compadecerse de ella? Así que se decidió a
hablarle.
-Atenea, déjame salir.
-Sabes que nunca lo haré.
-Sólo quiero respirar un poco,
aquí me ahogo. No has de tenerme miedo.
-¿Miedo yo? No seas ingenua.
-¡Hace tanto que no me visitabas!
Estás muy bella Atenea. ¿Por qué no me dejas salir? ¿No crees que ya recibí
suficiente castigo? Sé que para ti soy una carga, realmente. Siempre ahí, en tu
conciencia, ¿no sería mejor que me dejaras marchar?
-Puedo vivir con ese peso. Si te
dejara ir, anularías mi presencia. Eres mala Afrodita, te dejas llevar por los
placeres de la vida sin pensar en las consecuencias. Me heriste a mí y podías
haber herido a muchos más. El orden es hermoso, Afrodita, es hermoso y justo.
Tú eres todo caos y, el caos, como tú, es propio del inframundo, por eso decidí
encerrarte aquí, en la puerta del infierno.
-Enséñame a vivir más
mesuradamente. Los hombres me engañan con sus artimañas y consiguen de mí lo
que quieren. Yo te admiro, Atenea, eres fuerte, en cambio, yo, yo no, yo soy
débil.
-Por eso te encerré, porque eres
una loca que no controla sus impulsos. En el fondo te hice un favor.
-Lo sé, Atenea, y por ello te doy
las gracias. Ahora quiero que me enseñes a ser mejor, quién mejor que tú puede
enseñarme… Por eso te pido que abras esta puerta y me aceptes como tu
discípula.
Y entonces Atenea,
sorprendentemente, abrió la puerta y, también sorprendentemente, Afrodita la
abrazó llorando y pidiéndole perdón.
Es la segona que intento posar el meu comentari..i no ho aconsegueixo....Afrodita-Venus fou vicima de la seva belleza, el mateixa que passa amb moltes dones que són aixó només Guapes, ahi les històries dels antics Deus... per mí una de les més colpidores és la de Prometeo, que potryta el foc als Humans, robant-lo de l´Olimp. posteriorment fou castigat per Zeus a una vida terrible... (agonia ).
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