Se espeluznaba sólo de
pensarlo. Le parecía horrible llegar tan sólo a imaginarse capaz de ello.
Marlon estaba sentado sobre una caja en el almacén, recordaba las bonitas
mañanas de los lunes con María, disfrutando de su compañía entre las sábanas
blancas, sin tener que estar pendiente del reloj. Su olor, su piel, su risa…
Lágrimas se acumulaban en sus pardos ojos. De pronto, oyó al encargado que
preguntaba por él, así que se decidió a salir de su escondrijo; debía
concentrarse en el trabajo y olvidar sus preocupaciones. Mañana todo sería diferente.
Debía colocar platos, copas
y cubiertos. El restaurante estaba a punto de abrir sus puertas y los clientes
empezarían a llegar. Ojalá tenga hoy
suerte con las propinas… Marlon entretenía su mente, mientras, María lo
miraba desde la otra punta del local, deseosa de encontrar su cómplice mirada.
Una pareja de ingleses se
sentaron en una de sus mesas. Empezaba la intensa jornada. Otra mesa, una
familia, otra, una pareja de enamorados, otra… El restaurante tenía mucho
éxito, estaba bien situado, en la Plaza Real de Barcelona, cerca de la vivienda
que Marlon compartía con otros compatriotas desde que llegó a la ciudad. Entre
plato y plato no podía evitar seguir pensando en ello, la solución le parecía
cada vez mejor. No podía dejar a María, la amaba cómo había amado a Carmen,
madre de sus dos hijos. María era la luz, Carmen se había convertido en las
tinieblas, sin quererlo ella, sin quererlo él; la distancia se había encargado
de desenfocar su imagen, en cambio, su “españolita dulce” –como él la llamaba-
era totalmente nítida y clara.
Hacia las dos y media lo
decidió. Debía quitarse el problema de en medio y debía hacerlo antes que el
restaurante empezara a estar más tranquilo. El accidente debía tener lugar
aprovechando el bullicio de la gente yendo y viniendo, de compañeros con platos
arriba y abajo. Eso era… arriba y abajo. Él estaba abajo, María arriba… Lo veía
algo fácil, en un segundo problema resuelto. Además, si lo hacía bien,
parecería otra víctima del mismo suceso.
Cogió la crema de puerros y
los tallarines boloñesa de la barra de la cocina justo en el momento que María
pasaba por su lado sonriéndole, entonces la empujó cayendo sobre ella, ambos
rodaron escaleras abajo. Problema resuelto, pensó. Reinaba el silencio entre
los comensales, sólo se oía a María diciendo ¡mi bebé, mi bebé! mientras Marlon dejaba de sentir sus piernas.
Mañana todo sería diferente.
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